Morir besado de vides

Hasta ayer fui burbuja emergente de las profundidades rojizas. Mi condición gaseosa me impulsó hacia la superficie oscilante de un elixir atrapado en delicado cristal. Recipiente abovedado en movimiento circular, infringido a este tinto por una mano refinada.

Ayer el beso líquido de dulces vides riojanas aún me impregnaba, mareado ante la mirada anhelante del hombre con labios de cata, asombrado del universo de destellos en tonalidades rubí. Mi condición etérea me arrastró sin remedio hacia la atmósfera. Abandoné el amado cuerpo de fragancias aframbuesadas en el preciso instante en que ese usurpador asomó extasiado sus inmensos orificios nasales por el borde de la copa.

Quiso el destino exponer mi cuerpo minúsculo a la fuerza inhaladora de una prominente nariz escrutadora, centrifugarlo con reminiscencias aromáticas de tan singular bebida por una tremenda cavidad y posarlo en el paladar, donde una riada del mejor Rioja me enjugó hasta la fatalidad intestinal.